“No me siento sólo un bailarín”
10 junio 2016Pablo Lugones es una de las figuras emergentes de las artes escénicas a partir de obras como El becerro de oro y su participación en la reposición de Todos Contentos del emblemático grupo El Descueve, durante la última Bienal de Arte Joven ::: x Gabriel Plaza
Pablo Lugones está sentado en un bar de San Telmo. Es de noche. Hace frío. Las calles están semi desiertas. Suena un tango como un eco lejano. El clima lo predispone. Entonces recuerda una escena parecida en un bar frente a su padre. “Le dije que quería charlar y fue raro porque me citó en un bar cerca de su trabajo”. Su padre, un contador, había presentido lo que se venía. Pablo tenía 18 años y estaba decidiendo su futuro. Bailaba desde el cuarto grado de la primaria. Empezaba a salir de la adolescencia y no sabía como, pero quería seguir con la danza. No se imaginaba en otra cosa. Lo miró a su padre a los ojos y le transmitió la decisión, a secas. “Mi viejos siempre me apoyaron. Nosotros bailábamos folklore con mi hermano desde chicos.. Habíamos formado un grupito desde la escuela primaria que siguió hasta la adolescencia. Hasta participamos de varios concursos folklóricos y llegamos a ganar un Pre-Cosquín con un grupo de malambo. Sabían que nos gustaba la danza. Mi hermano fue más vivo porque se decidió por el tango donde hay más laburo. En cambio yo, elegí esto, la contemporánea, donde nunca se sabe. Son ciclos de actividad con buena racha o periódos donde no pasa nada”, repasa su historia PabloLugones, como si fuera un flash de segundos en su vida.
Este es un momento de hiper actividad. Está cosechando todo lo que sembró y capitalizando lo que trabajó con maestros como Diana Aizelbaum, Ana Frenkel, o Carlos Casella. Pero nunca fue muy del estudio académico, dice, y aunque da clases particulares, vive un poco de eso y de las cosas que produce, tiene una visión crítica del tallerismo excesivo en la gente que ingresa a las artes escénicas. Lugones afirma que aprendió haciendo en obras como “Mi vida después” de Lola Arias, con la que visitó varios países y comprendió que el bailarín también puede estar quieto o su trabajo en “Alaska” de Diana Szeinblum con la que participó en el festival Santiago a mil o sus trabajos en “Montercalo" y “Random” de Carlos Casella o en la última reposición de “Todos contentos” del grupo El Descueve, donde fue uno de los nuevos intérpretes elegidos por el grupo, producido por la Bienal de Arte Joven.
“Todos los proyectos me formaron. Yo venía estudiando, pero cuando empecé a estar en algún tipo de obras y trabajar en procesos creativos entendí que mi formación pasaba más por ahí. De hecho, dejé de estudiar no iba más a clases de danza y me formaba en las producciones de las obras. De todos aprendía y mi formación fue ahí. Hay mucha gente de la danza, y no digo que está mal, que se vuelven estudiantes crónicos. Me parece que está bueno que ya con ciertas posibilidades técnicas lo transformes en algo más creativo. Si la gente que se dedica a la danza pudiese producir más o a la par de lo que estudia habría mucha más producción y crecería más la escena, más allá de la falta de espacios y que no haya recursos”.
Hace varios meses que estamos por encontrarnos con Pablo Lugones, pero si no está protagonizando o creando una obra nueva, está en una residencia o en plena temporada de El becerro de oro, una obra con la que ganó en la última edición de la Bienal de Arte Joven. “Por suerte la obra fue creciendo y tuve muchas posibilidades de mostrarla en muchos lados. Estuvimos en un ciclo de opera prima en la casa del Bicentenario y ahora volvemos al ciclo Teatro Bombón en la Casona Iluminada donde nació la obra. Ellos invitan a participar a un artista y le piden una obra para ese espacio. Yo la sume a mi compañera Amparo Gonzalez y no sabíamos lo que íbamos a hacer”. El becerro de oro no sólo se transformó en una pieza-laboratorio como creador, sino en la fundación de un método de trabajo y una línea estética que marcaría su impronta personal. “Todo eso surge de una idea que venía pensando hace tiempo que era encarar un proyecto con alguien que no había trabajado antes, que no hubiéramos sido amigos y que me interese su trabajo artístico “.
Así comenzó un proceso creativo con un par de ideas que quería probar y todo el lienzo en blanco. “La llamé dos meses antes y nos juntamos para ver que surgía. Ese era el concepto de la obra. Nos empezamos a conocer y ver las posibilidades del error, que eso sea un proceso fallido. La Casona también proponía una experiencia de preparar algo para ese espacio. No le teníamos miedo a que no coincidiéramos en gustos estéticos. Ahí empezó a aparecer algo físico, que es un gesto motor que se repite y que es saltar. Después se sumaron un montón de cosas que aparecieron azarosamente como objetos, sonidos y cosas que integran la totalidad de la obra. El broche de oro fue que decidimos usar el cuarto más pequeño de tres por tres. Entonces estábamos nosotros dos saltando mucho y haciendo mucho despliegue físico con doce personas sentadas en el borde de la pared. Eso ya era una experiencia porque se cerraba ese cuartito, pero la temperatura nuestra levantaba la temperatura del espacio, la respiración, la cercanía, todo empezaba a formar parte de lo que sucedía en la obra”.
La experiencia en Teatro Bombón duraba media hora. Después fue ganando en tiempo y empezó a circular en otros espacios. “Esa era la idea que El becerro de oro se adapta a las condiciones físicas de los lugares donde se fue haciendo siempre manteniendo el vínculo de la cercanía. No la podríamos hacer en la Martín Coronado porque perdería todo lo que tiene. Pero la obra se fue moviendo por la Plata, Mendoza y el teatro Elefante”.
En la experimentación y el proceso creativo entre los dos bailarines se fue completando el cuadro de la obra. “Primero apareció lo sonoro como concepto. Saltamos mucho en la obra y un día después del ensayo nos pusimos nuestros abrigos porque era invierno y Amparo dice: “para, probemos una cosa más”. Ya teníamos todo puesto porque nos íbamos. Y saltamos y apareció el sonido de las llaves y nos gustó. Juntamos muchas llaves, cadenas y eso empezó a aparecer como una herramienta de la obra y los objetos le empezaron a dar un color al material físico. Surgieron imágenes. De golpe ella está en el centro y yo la adorno con todos estos objetos. Entonces apareció la adoración a los objetos o lo religioso. Hay un pequeño altar en la obra. Apareció ese imaginario a partir de esa idea de un pasaje bíblico que los hombres construyen un becerro de oro que es un falso Dios que adoran y después Moisés lo destruye. Hay algo de eso que físicamente resuena en la obra porque se construye y se destruye todo el tiempo. Entonces de alguna manera ese fue disparador del título que quedó abierto a un montón de interpretaciones posibles. Es una metáfora sobre los lugares de veneración y destrucción. Incluso sobre el uso de las llaves y el bronce, escuchamos interpretaciones sobre una metáfora del sistema capitalista de la propiedad. Aparecieron muchas lecturas, por suerte”.
La obra El becerro de oro fue ganadora en artes escénicas de la última Bienal de Arte Joven. Lugones tiene 33 años y sabe que ya no podrá participar más. Es una etapa que se cierra. En su caso, el tiempo avanza hacia un madurez performática. “Vengo haciendo obras de danza desde el 2006 y hubo un periódo más performático cuando trabajé con Lola Arias. Hicimos montón de giras y temporadas. Después de eso quise volver a hacer algo mío. Lo primero que hice fue Los dobles con mi hermano gemelo. Tenía algo de ese espíritu performático y autobiográfico, pero era de danza. No pudimos hacerla mucho tiempo porque era ambicioso. Y así surgió la idea de hacer algo con lo que tengo. Sino tengo posibilidades de producción y lo que tengo es mi cuerpo, quería probar algunas cuestiones físicas y desarrollarlas. Mis dos últimas obras Becerro de oro y Sociedad son trabajos sumamente físicos y la búsqueda de un lenguaje del cuerpo presente, de espacio vivo. Algo de esas cosas sucedieron en ambos proyectos. Creo que fue entender eso, hacer algo con lo que tenía. Es esto, vamos con esto, veamos lo que se hace. Me parecía mucho más genuino, más interesante y más posible."
-¿Ahí encontraste una línea de trabajo?
-Si es verdad, encontré algo más mío. Si bien son dos obras diferentes se empieza a ver un lugar mío creativo mucho más claro, es como un camino. Si hiciese otra obra sería por ahí también. Creo que lo encontré. Me gusta esa idea de trabajo.
-¿Qué significa el cuerpo para vos?.
-Siempre mi relación con lo artístico, con la actuación y la danza, es poniéndole el cuerpo. Es casi mi manera de pensarlo. Poner el cuerpo para pensar esa actividad como un hecho vivo, vivo en el sentido de hacerlo, y ahí el cuerpo participa plenamente. Obviamente en la danza se ponen en juego la preparación física, pero es un lugar donde es mi punto de anclaje, el punto de partida para cualquier cosa que haga.
-¿Y te sentís solo un bailarín más allá de tu formación?
- No me siento sólo un bailarín. Siento que también, no sé, como que el concepto de bailarín es medio hermético. Nunca me sentí tan cómodo con ese concepto. Está ligado más al que se forma en una técnica específica. Los bailarines están acostumbrados a probar, investigar, a que la materia sea más indefinible. Entonces en esa masa más indefinible se empieza a tocar con todo un poco. No se como definirme, pero me siento cómodo haciendo trabajos más de movimiento físico o algunas cercanos a la actuación. Vengo recién de hacer un corto y no me un universo cercano el cine pero me gusta explorar. La directora vino a ver “El becerro de oro” que no tiene texto y me contó de que se trataba. Leí el guión. El personaje me resultaba cercano, más allá que era una experiencia nueva y la pasé muy bien. Depende de los proyectos. Para fin de año voy a hacer un trabajo con el músico Gabo Ferro en el Teatro de la Ribera para un ciclo que programa Diana Teokaridis. Esas cosas nuevas me estimulan. No podría ir a hacer tal cosa como un empleado. Me involucro en proyectos donde se pueda dar un contexto de prueba y error.
¿Cómo fue la experiencia de reinterpretar Todos contentos de El Descueve?
-Estuvo buenísimo. Los conozco a los de El Descueve, sobre todo a Carlitos y esa especie de homenaje al grupo y la obra estaba muy bueno. Había escuchado de la obra, pero no la había visto. Son esas cosas que quedan sonando en la escena local, como momentos de referencias, y es una obra emblemática del medio. La hicimos en el Konex en el marco de la bienal y una temporada en el Callejón donde la habían hecho originalmente y fue reproducir esa obra, pero también apropiársela. En la danza no es algo que suceda una reposición y menos con otro elenco. Fue una experiencia nueva.
-¿Por dónde va tu generación actualmente dentro de las artes escénicas?
-Como en todas las generaciones y campos artísticos hay de todo. Gente de mi edad que se puede dedicar a otros intereses. Pero me siento más afín con los que corren un riesgo y participan de esa búsqueda más ambigua del lenguaje de la danza, más amorfa, desdibujada, donde el cuerpo es acción. Me gusta eso que está sucediendo en mi generación. Quizás ya no son obras de grandes espectáculos escénicos sino de experiencias física-escénicas. Eso me resulta más atractivo y generacionalmente está pasando un poco más por ahí.
-¿Eso tiene que ver con un contexto cultural-social?
-Sí, puede ser. Supongo que con muchas cosas. También con algo de hacer con lo que tenemos. No tenemos para hacer grandes producciones tampoco. Si tuviésemos recursos se desarrollarían más otro tipo de lenguajes. Pero no hay al alcance de la danza espacios muy grandes y buenos recursos técnicos. Tenemos salas pequeñas y pocos recursos y hacemos con eso, con lo que hay. Es decir lo hacemos con pocos acordes, pero si nos dieran una buena guitarra y un buen sonido te puedo hacer otra cosa. No estaría mal. Esas realidades te hacen sobrevivir con lo que tenés. Es lo que está pasando en la danza. Hoy hay una necesidad de ocupar otros lugares oficiales. Siempre se nombra el ciclo Contemporáneo x 6 en el Alvear como referencia porque te desacostumbras a trabajar con otros recursos que no sean una o dos personas. Eso tiene un lado negativo y otro positivo. En ese sentido hay una cuestión social de esta época que se diferencia en algo de la unión entre la gente de la danza. Hace poco una bailarina más grande me decía, que antes todos estaban más divididos, quizás ahora por varias cosas, por la suma de problemas hizo que la gente se empiece a unir, quizás haya diferencias estéticas, pero como comunidad estamos muchos más unidos y la idea es fortalecernos y pensar estrategias que generen mayores recursos, mejores espacios y mejores condiciones. Ese es nuestro contexto para producir hoy, hacer con lo que tenés a mano, que es nuestro cuerpo.
Gabriel Plaza