Crónica de un bienalista: Ignacio Tamagno en el programa de formación de Odin Teatret
09 octubre 2020Crónica de Ignacio Tamagno, bienalista ganador de una beca para participar de la residencia Odin Teatret (Holstebro) entre el 6 y el 27 de enero de 2020.
Viaje a una isla flotante
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La avioneta cruza el estrecho de Kategatt; hago dedo en la ruta; un vikingo me deja frente al autobús; me subo a un tren en mitad de la noche; llueve, un árbol crece de la piedra. Odin Teatret es una estación espacial, llena de viajeros intergalácticos. Está ubicada en las afueras de Holstebro, un pueblito agropecuario del norte de Dinamarca, donde siempre llueve sobre una llanura gris y congelada. Ahí pasé treinta días, becado por Bienal. Comparto algunos breves impresiones de viaje.
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Se entrena fuerte, de ocho de la mañana a siete de la tarde; por las mañanas se trabaja con Donald Kitt, por las tardes con Caro Pizarro y sus ikarus. El entrenamiento con Donald es más “Odin ortodoxo”; Carolina, en cambio, combina técnicas de Kalaripayatu con composición de escena, prestándole mucha atención al carácter vincular y sensible de la acción. Entre la mañana y la tarde hay una pausa intermedia para tareas comunitarias y almuerzo. Todo se hace en grupo. El primer día se armó un cronograma y se hizo la distribución de tareas, que se sigue a rajatabla. La formación no es solo actoral, también es política: se enseña a trabajar en grupo, a construir consensos, estrategias creativas para mantener la comunidad. El espacio es de todos y entre todos se construye. En mi grupo somos veinte, combinando israelitas, rusos, chinos, hongkoneses, daneses, taiwaneses, polacos, franceses, españoles, italianos, peruanos, mexicanos y argentinos, por supuesto, que siempre los hay. Los fines de semana de semanas vemos obras del Odin, y documentales sobre su trabajo. Los domingos a la tarde los tenemos libres: salimos a caminar o vamos al pueblito, que queda cerca, y es muy pintoresco porque siempre parece vacío.
3
Las noches son largas, y si bien estamos cansados, nos gustamos y nos la pasamos conversando. Tomamos mucho té. Escasean los puchos. Hay una biblioteca donde nos compartimos en silencio, leyendo unos juntos a los otros. Se armaron algunas parejitas. La dinámica es un poco de monasterio laico: vinimos a comulgar en lo que más nos gusta. Casi todos vinimos de muy lejos y somos conscientes de lo valioso que es el tiempo, y reconocemos en los demás toda una geografía que aprender. Por eso a veces, aunque sea tarde y mañana haya que levantarse temprano, nos desvelamos escuchando el país de otro. A veces nos vamos a la Red Room, y nos mostramos nuestras formas de entrenar. Yo en esos momentos me quedo en silencio, admirado, agradecido, les pido que me enseñen, copio con ganas. Una noche me preguntaron ¿y vos cómo entrenás? Abrí un whisky, y me reservo los detalles, pero fue asombroso.
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Una vez hubo pelea: se trenzaron dos chicas, Shanghai y Copenhague, culturas muy distintas en una misma habitación. En Odin hay mucho lugar para las diferencias pero muy poco para la discordia. Hubo asamblea. “No les pido que se amen, les pido que se traten con amor”, dijo Carolina y cerró la ronda. Desde ese día creo que fuimos mejores. Esa noche los argentinos organizamos fiesta: estuvo buena, repetimos seguido.
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Tengo que responder sobre qué temas estuve trabajando durante la residencia. Creo que ninguno, porque fui regalado, y por eso mismo varios temas me estuvieron trabajando a mí. Mi no–inglés me tuvo silencioso todo el viaje: me replegué en una capacidad de observación primitiva o infantil, detrás del revoque de Europa vi cosas que me despertaron sentimientos confusos. El viaje me ubicó, si no fuera mucho decir me gustaría decir que ahora tengo una perspectiva más situada de las cosas. Más madura también. La residencia me permitió reflexionarme en profundidad. Sigo masticando esas cosas en esta cuarentena, que de alguna manera agradezco como la oportunidad de replegarme sobre mí mismo y observarme con detalle.
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Una noche pasó algo muy lindo. Carolina me pidió que mostrara mi obra. Armamos un micro evento. Davd Gastelú, otro argentino, me ayudó con los preparativos. Pusimos cuarteto y armamos fernet: después hice Flores Nuevas para todos los residentes (como unos 60). Fue muy lindo, la mitad no hablaba español, pero la magia se armó igual. La función salió hermosa. En la primera fila se sentaron todos los chicos de China: yo me puse nervioso, pero según ellos entendieron todo. Se reían bastante.
7
Fui invitado a volver al Odin. Y me hice de unas amigas francesas, Morgane y Juliette, con las que ahora estamos en la pre de una creación. Si el mundo no se embicha todavía más, viajo en noviembre. Allá iniciaré una aventura creativa junto a Carolina que, espero, podamos mostrar el año que viene en Bienal. Sería hermoso. Casi tan hermoso como la experiencia mágica que me tocó vivir. Un poco imposible traducirla en tan poquitas líneas. Llegué con miedo y me fui con una sonrisa gigante, el corazón lleno de amigues, de sensaciones nuevas. Me traje inquietudes maduras y una perspectiva cambiada de mi trabajo, con un horizonte ampliado, en una zona de registro diferente. A veces me descubro extrañando mucho: es que de entre todos los países que conocí en mi viaje, Odin fue el que más me gustó.
Posdata.
Le quería dar las recontra gracias al equipe de Bienal, que son lo más; a Pilar Gamboa, Nora Monseinco y Gustavo Lesgart por regalarme una oportunidad tan hermosa; a Monina, por su presencia asombrosamente transformadora; a Nadir Medina y Fede Falco corazón; a Fede Howard y al equipo de técnicos, que tuvieron la buena predisposición de poner las canciones de Rodrigo Bueno que me gustan antes de cada presentación: sin eso, ningún viaje hubiera sido posible; a Mica Freire por el aguante eterno. Pero sobre todo gracias, muchas gracias, a Lili Villarini por despertarme cada madrugada en Holstebro: ¡cómo me cuestan las 7 am...!