“Estoy viviendo mi propia ruptura”
29 enero 2016Damián Malvacio -último ganador de la Bienal en danza- crea un universo extraño, fascinante y recargado de espíritu renacentista.
Damián Malvacio crea obras coreográficas que parecen pinturas del renacimiento, con sus claroscuros, sus imágenes dramáticas, su concepción detallada de las formas de los cuerpos y como la luz refleja en ellos, sus virtudes y defectos. La música es clásica. Las líneas de los movimientos contemporáneas. El clima extraño. Sus personajes o bailarines son como máscaras expresionistas de una obra de Goya o Rembrandt.
Damián no soñaba con ese universo en La Paz, un pueblo chico del interior de Entre Ríos. Eso vino mucho después. La danza empezó como un juego, una manera de divertirse en las siestas de esa comarca entrerriana, que ahora sufre la subida del Paraná. “Los chicos hacemos muchas cosas para entretenernos. Por mi altura todos creían que iba a ser deportista: basquetbolista o triatlonista. Pero mi mamá cuenta que a los 8 años ví un espectáculo y empecé a repetir: “quiero hacer folklore, quiero hacer folklore, quiero hacer folklore”, recuerda.
Por esa época, Damián no se imaginaba en el Teatro Colón, ni en el Teatro San Martín, mucho menos ser asistente del regreso del grupo El Descueve durante la última Bienal de Arte Joven. Tampoco se imaginaba que podía ganar una beca por su labor como coreógrafo en la obra “Stabat Mater” para viajar este año a Viena y participar del ImpulsTanz, uno de los festivales y espacios más importantes de la danza actual. Lo único que imaginaba Damián en La Paz es que a los 18 tendría que salir del pueblo para irse a estudiar lejos. Hasta ahí llegaba su horizonte particular.
“Dos años antes de terminar la secundaria tenías que elegir algo para estudiar porque en La Paz no tenés universidades así que tenés que irte a otro lado. La Paz es conservadora. Necesitás estudiar carreras como abogacía o medicina, siempre convencionales. Nunca se me ocurrió decirles a mis papás de ser bailarín. Ellos me dijeron de estudiar danza, porque como yo estudiaba folklore y tango de chiquito, veían que me gustaba: “Probá, si no te gusta hacés otra cosa”, recuerda que le dijeron en su casa. Así que cuando llegó el momento, apenas terminó el secundario, con su vocación por la danza definida y sus padres (un kiniesólogo y una maestra) apoyándolo, se fue a vivir a San Telmo. “Tuve mucha suerte porque todos mis amigos tuvieron que estudiar otra cosa antes de meterse a la danza”.
Damián, el bailarín, surgido en un hogar de clase media baja de La Paz, con dos hermanos que se inclinaron por ser militares y una hermana abogada, ganó una beca para estudiar en el Instituto Superior del Teatro Colón. El rumbo parecía el correcto. En el Colón, aprendió lo que tenía que aprender del clásico, pero no se encontraba. “Me costó porque no tenía un grupo de amigos. Fue una época de replantearme si en verdad me gustaba bailar, hasta pasar al estado de que quería esto para mi vida. Ese año fue crítico hasta que un día vi en una cartelera audiciones para el San Martín y me presenté”, recuerda el coreógrafo.
Aplicó para entrar en el Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín y se recibió con una mención especial. Todo cambió. “El contemporáneo me voló la cabeza. Todas las obras que ví fueron un despertar para mí. Realmente fue abrir los ojos. Yo vine a Buenos Aires pensando que no podía bailar sin música. De esa cabeza cuadrada salí. Y ahora para mí no hay límites en la danza”, cuenta Malvacio
Entonces todo lo que no imaginaba se dio más rápido de lo que esperaba. Conoció a sus maestros, amigos y guías espirituales en la danza: Alejandro Cervera y Mayra Bonard (con ella trabajo en la obra “Futuro”). El muchacho alto no pasaba desapercibido. Cuando aparecía en escena y bailaba Damián generaba algo distinto. Se ríe, cuando dice que todo lo que le está pasando se lo debe, lisa y llanamente, a su altura. “Siempre digo que mi mayor condición es ser alto. Siempre me eligieron porque soy el chico alto. En la danza las primeras puertas me las abrió la altura. Amo ser alto”, dice con una sonrisa franca.
Damián camina, como escondiéndose: sus gestos son mínimos, como si quisiera pasar desapercibido, como un anónimo en la gran ciudad. Su rostro anguloso se oculta detrás de unos lentes de marco rectangular. Sus frases sencillas contrastan con la profunda abstracción conceptual de su mundo narrativo coreográfico. Es verdad, lo primero que llama la atención de Damián es su metro noventa de altura. La altura, que al principio de su llegada a Buenos Aires le dio de comer como modelo, también le sirvió para destacar en la danza. Sin embargo, lo que fue emergiendo con los años fue más interesante. Su crecimiento como coreógrafo en obras como “Staban Mater” (2013) y “La Generala” (2014) que pasaron por el Rojas, lo pusieron en un lugar diferente. “Yo no puedo copiar a los maestros, ni tampoco me considero súper experimental porque no voy hacia ese lugar. Yo estoy viviendo mi propia ruptura. Salir de La Paz eso ya es rupturista para mí. No sé a qué ámbito pertenezco, ni al convencional ni al experimental. Tampoco me interesa encasillarme. Siento que tengo un estilo, una forma de decir. Yo lo veo, lo percibo. Hay algo. No sé si todavía sea algo tan marcado que todos los vean. Pero para mí sí tengo algo propio en mi danza”, reflexiona el bailarín.
Ya no se trata de altura o buena estrella, se trata de creatividad y consistencia estética. Se trata de crear un mundo propio, a partir del encuentro con la pintura y su fascinación por Goya, Caravaggio y Rembrandt. “Lo que me pasa cuando veo esos cuadros es como si te mostraran cierta parte y no das mas de sacar todo esas sombras y ver toda la pintura completa. Eso es lo que me pasa con estas pinturas. Me gusta mucho todo lo renacentista. Desde la música, la ópera, todo, todo. Me parece una era increíble. También me agrada Odd Nerdrum, un pintor que toma todo eso del renacimiento y lo trabaja en su contemporaneidad, como esas chicas renacentistas con consoladores. Esa cosa escatológica me gusta”.
-¿Cómo entraste al mundo de Odd Nerdrum?.
-Lo conocí a partir de un trabajo de Mayra Bonard que se llamaba “Futuro”. Uno de los chicos del elenco llevó uno de sus libros. Nosotros estábamos trabajando en ese momento con troncos, imágenes mutiladas, y entonces cuando vi ese libro fue como…nada, se me paró el tiempo. No recuerdo que me haya pasado otra vez. De verlo y de enamorarme de entrada. A partir de ahí me ofrecen en el Rojas hacer una obra. Y ahí trabajo con las imágenes de Nerdrum y la música de Staban Mater, porque era todo bien recargado. Al tiempo, viajo a Noruega y veo en el museo su obra. Entonces fue todo un ciclo. Ver ese libro, hacer esta obra, encontrarme con esas imágenes, ver como se representaban en mi obra y terminar de verlas en un museo. Fue como que cerró todo.
-¿Eso disparó una forma estética para tus obras?
En mi influyo mucho en 2013 cuando hice Staban Mater. Los cuerpos desnudos, las luces, las poses, está todo pensado desde las formas renacentistas. Todo es bien expresionista. Eso es tal cual de las pinturas de Odd Nedrum. Ahora ya no lo tengo tanto en mi cuerpo. En esa época era eso. Me enamoré y necesitaba terminar el acto de ese amor en esa obra. Quizás tenga residuos. Hice otras cosas y si tienen cosas pictóricas. A mí me gusta lo pictórico. Siempre que veo una imagen, lo puedo relacionar con una pintura.
Cuando compone sus coreografías, Damián Malvacio no piensa en conceptos o palabras, piensa en imágenes. Y busca la manera, “para la danza no hay imposibles” dice, de llevar esas imágenes a los cuerpos de sus bailarines. “ Yo soy conceptual ahora que te lo digo a vos y tengo la obra hecha. Entonces armo el concepto de lo que estoy viendo. Pero Stabat Mater no fue así. El método de trabajo era ¿qué pasa si te golpeas el cuerpo así?. O ¿sí lo agarramos al bailarín y lo tironeamos al estilo Tupac Amaru?. Recuerdo que en “La Generala” me encapriché que quería movimientos de reggaetón. Y quería eso y quería ir por ahí. Entonces pensé: ¿Qué pasa si eso lo hacemos 50 veces?. Después podemos hablar de la mecánica del movimiento y de cómo esa repetición hace que un gesto pierda valor. Pero eso es lo que menos importa al hacer una obra. No me pasó decir quiero hablar sobre este tema en la danza porque no me sale. A mí me sale otra cosa. Leer un libro, crear una imagen y llevarla al espacio escénico; o escuchar una música y trasladarla al cuerpo. Siempre hay imágenes en mi cabeza. Lo que me sale es ver la imagen. ¿Ves esa situación de la esquina? yo la veo y digo guau, y enseguida trato de llevarla al cuerpo para ver qué pasa. Es eso”.
Gabriel Plaza
Malvacio, en movimiento.
La Bienal. La experiencia en la Bienal a mí me encantó. Me gustó porque tuve la oportunidad como asistente de la obra Todos contentos de redescubrir El Descueve y pude mostrar mi obra, que en esos lugares adquiere cierta masividad. Que tu obra esté en una sala de 600 personas es fuerte. En dos días la vieron 1200 personas. Eso fue toda la temporada que había hecho en una sala chica. Me encanta que haya un espacio donde se pueda ir a ver esa cantidad de obras gratis y donde te cruzas con cosas que no irías a ver. Por ahí, salís de una obra y hay una banda de rock y eso está bueno, porque ves todo un movimiento de gente que está mostrando lo que está haciendo.
Mi generación: Yo creo que hay una lucha por empezar a tener lugares. Un empoderamiento del lugar de la danza. Desde querer estar y mostrar lo que uno está haciendo: Jesús Giraldi, Mauro Cacciatore, yo, hay un montón de gente, que está haciendo cosas y que queremos estar en más programación de lugares como el San Martín. Querer estar, que la danza sea visible, esa es la generación de ahora, eso es lo que quiere.
En yunta: Yo no tengo compañía, tengo amigos. Por suerte, tengo amigos que nos gusta trabajar juntos y se genera un buen clima de trabajo. A eso no hay con que darle. Gente que se lleve bien y que respete los horarios de trabajo, eso es importante. Pero al principio en Stabat llame a gente que fui a ver a obras. Entonces les escribía algo así: “Hola, te vi bailar, me encantó. Estoy haciendo una obra no sé si te interesa participar”. Y venían
La residencia: No me imagino una mejor residencia en el mundo como ir a Viena, donde está toda esa historia del arte. Estoy esperando que llegue. Es uno de los festivales de danza más famosos. Donde van coreógrafos de lo más convencionales como Jiri Kylian a coreógrafos de moda, donde hay danza conceptual y académica. Todo está en ese mundo. Estaré 24 horas viendo danza. No se me ocurre un mejor plan. No lo pude creer cuando me lo dijeron. Estoy feliz.
Los circuitos. Mi circuito cultural es Facebook, donde estás viendo continuamente millones de cosas para hacer. Desde mi amigo que tiene una banda y te dice donde está, hasta yo que publico mi obra de danza, o mi mamá que hace sus recetas de cocina y las sube. Más circuito cultural que ese no sé.