Una flor que allá no existe, de Tomás Schuliaquer
01 diciembre 2017Miércoles
Paro con el auto en un kiosco y compro un alfajor helado, de chiquito era mi alfajor preferido y ahora que se puede comprar en helado más todavía, la consistencia es blanda y congelada, como un buen helado, las pelotitas crujientes en el borde, y un gusto que no es dulce de leche ni chocolate, como si fuera uno nuevo, un gusto que se llama nada más que alfajor. Ojalá las heladerías tuvieran el gusto alfajor, me comería un kilo entero. Le doy unos mordiscos, y antes de llegar al auto ya me lo terminé, la puta madre.
Le mando un whatsapp a Clara que estoy en la puerta. Al toque abre y me dice que pase. Genial, pienso, quiere pija. Me pregunta qué quiero tomar y le digo lo que sea, y sé que como me conoce va a sacar un fernet, pero justo dice que sólo tiene birra. Digo que no pasa nada, la destapo con un encendedor que hay en la mesa, me da un vaso, le pregunto dónde le sirvo o si compartimos, pero ella dice que no quiere. Después nos sentamos en el comedor. Le pregunto cómo va y me dice todo bien, y ella me pregunta y le digo que igual. Tiene la musculosa blanca que siempre me gustó, parece que estuviera rota o demasiado estirada, se le ve bien el lugar donde empiezan las tetas. Ya me imagino cómo siguen, el pezón violeta bien duro, la piel casi naranja, qué hija de puta que es. Le pregunto dónde están los viejos y me dice que se fueron al cantri. Asiento y tomo, ella me pregunta cómo vengo con la facu, le cuento que la semana que viene rindo, tranqui. Le pregunto cómo estuvo el cumple de Daru. Ella se sorprende y se queda callada. Facebook, le digo. Dice que con razón, que le parecía raro, y sonríe, y me cuenta que estuvo bueno. Le digo que casi voy, ella vuelve a sorprenderse y me pregunta si estaba invitado. Facebook. Pregunta entonces por qué no fui, le respondo que al final la quedé en casa. Con una chica, dice y se muerde los labios, pero yo no le doy bola y le pregunto quiénes fueron. Ella tarda en responder, hasta que cuenta que fueron todas las pibas y algunos también del colegio, aunque ninguno de mis amigos, y que se armó el baile y estuvieron enfiestados hasta las siete de la mañana. Le pregunto si con algún ayudín, ella niega con la cabeza.
Le cuento que el otro día fuimos a jugar al fútbol con los pibes de un año menos del colegio, que les ganamos y los dejamos re calientes, que Gero se cansó de hacer goles. Me dice que ya sabe. Cómo. Dice que le contó Lauti. El pelotudo ése que tiene ataques de pánico y no la pone nunca, pienso, y le pregunto si se lo está garchando. Después me dice que para qué la quería ver, y le digo que la extrañaba, a mí me gusta verla, que la quiero. Ella con tono de lamento dice que no puede ser que haga otra vez lo mismo, que no la trate como pelotuda. Le digo que de verdad la extraño. Ella dice que esto no le hace bien, que no la joda más y yo me levanto de la silla y me acerco, le hago caricias en los hombros y el cuello. Cuando la beso me corre la cara. Me dice que pare y vuelve a preguntar qué quiero. Le digo que nada, que tenía ganas de verla y le escribí, que no le dé tanta vuelta. Me dice que hacía dos meses que no nos veíamos y le digo que eso no significa nada, que ella igual me gusta mucho. Le doy la mano y se levanta, quedamos enfrentados, la abrazo por la cintura y la acerco a mí, siento sus tetas y hago caricias suaves en la espalda. Después le agarro la cara y le como la boca, ella me dice en voz baja, casi al oído, que es la última vez, y yo me caliento y le empiezo a chupar las tetas. Le digo que la voy a hacer mierda. Ella me dice que quiere que la coja ahí en el living, que la despida como se merece.
Terminamos, me tiro en el piso y le digo que a veces me olvido lo bien que garchamos. Mientras se viste me dice que mañana se despierta temprano, que me vaya ahora, y le digo que pare y le pregunto si está enojada. No responde. Entonces le digo que no se haga la boluda, que encima se puso la musculosa que sabe que a mí me vuelve loco, ella también quería garchar. Me dice que sí, pero que me vaya, no me quiere ver más. Digo pelotuda y me voy.
Por la avenida, veo que el kiosco de antes sigue abierto. Freno, pongo balizas y cruzo al trote. Abro el congelador y saco dos alfajores helado, le doy la plata al kiosquero y le digo tomá maestro. Vuelvo al auto, decidido a no comer antes, y por eso recién cuando me siento abro el primero. Pongo música y me quedo así, contra el respaldo, relajado. Doy un mordisco y siento las pelotitas de cereal crujir cuando las muerdo, el frío del helado en la lengua, y la boca se me pone pastosa, por la maicena o como carajo se llame eso que atraviesa el alfajor y es lo más rico de todo. En realidad es eso lo que lo diferencia de cualquier otro helado, porque no es puro dulce de leche o chocolate, o lo que fuera, si no que tiene esa maicena congelada en el medio. Cuando lo termino abro el otro y me lo como muy rápido. Después chupo el palito hasta que siento el gusto a madera, sentado en el auto, con la música prendida, los ojos cerrados.