Crónica de una bienalista: María Aparicio en Raw
08 septiembre 2020CRÓNICA DE MARÍA APARICIO, BIENALISTA GANADORA DE LA BECA RAW (RESIDENCIA ARCHE-WORK), ENTRE 17 DE OCTUBRE Y 30 DE NOVIEMBRE DE 2019 EN LISBOA Y MADRID.
Este era el camino que hacía casi todos los días en Lisboa desde mi casa en la colina de Graça hasta el barrio de Intendente donde se alojaban Lucía Salas y Miguel Zozaya, quienes llevaban adelante los dos proyectos de crítica e investigación de la Residencia Raw. Al final de la última escalera se encontraba nuestro principal punto de encuentro durante esos días. También era el rumbo que tomaba para ir a la Cinemateca Portuguesa, donde pasé buena parte del tiempo durante esas semanas en Lisboa.
Mi hogar portugués era Hangar, un multiespacio que agrupa salas de exposiciones, talleres para trabajos artísticos, un bar, entre otras cosas, esencialmente dedicado a las artes visuales. Mi habitación estaba en el piso dos del edificio, al lado del cuarto de Susana, una fotógrafa española
que se quedaría trabajando en Hangar hasta finales de ese año. Al llegar me recibió Camila, quien se dedicaba a coordinar a los artistas que permanecen en la residencia. Ella me muestra el lugar y me lleva a mi habitación donde me habla de la residente anterior, una chica que dejó unas flores blancas y hermosas en una botella de vidrio con agua. Las reglas de Hangar eran enfáticas y claras: al momento de irse no hay que dejar nada en el cuarto ni en la heladera de la cocina, todo lo propio debe irse con uno. Camila me dijo que aún así, ellos decidieron dejar las flores en el cuarto para mi llegada.
Esta ciudad siempre fue un poco mítica para mi. Finalmente me encontraba en la tierra del cine portugués y de los directores y directoras que con sus películas alumbraron muy especialmente el camino de mi experiencia cinéfila. Tener la oportunidad de estar trabajado en esta ciudad a la par de colegas y nuevos amigos fue revelador y singular en muchos sentidos.
Los primeros días durante el festival Doclisboa fueron intensos y divertidísimos. Arché era el espacio para proyectos en desarrollo dentro del festival, donde estuvimos trabajando junto a Nelson Carlo de Santos, director dominicano, y Pepe Gutierrez, director mexicano. Con ellos llevábamos adelante los tres proyectos de creación de Raw. Durante Arché estuvimos compartiendo con otro grupo de proyectos iberoamericanos que formaban parte de esa edición, directores y directoras de distintos países que, como nosotros, participaban con sus películas en desarrollo. Las tareas en Arché comenzaron con las sesiones de pitching. En un auditorio de Culturgest, un monumental centro cultural que era la sede principal del Festival, cada uno de nosotros habló de su película durante diez minutos frente a un público de productores, distribuidores, representantes de festivales, y los tutores que nos acompañarían en las actividades de los días siguientes. Durante la mañana de esa sesión conocí a Javier Rebollo y Virginia García del Pino. Ella es una directora española que guio nuestras sesiones de trabajo durante Aché, y con quien compartimos valiosísimos encuentros alrededor del cine y de nuestras películas. Javier fue mi tutor a lo largo de toda la residencia y también uno de los principales responsables de que la experiencia Raw haya sido fascinante. Los días en Doclisboa estuvieron marcados por estas
reuniones y por las películas que vimos junto con Maui, Lucía y Miguel: cerca de treinta películas entre cortos y largos a lo largo de los diez días de programación, repartidas en distintas salas de cine de la ciudad. Entre medio de las películas, los bares, las charlas, las comidas, las copas, los
recorridos, las preguntas, los pensamientos iban construyendo el cotidiano.
Doclisboa terminó y a los residentes de Raw nos esperaban tres semanas de trabajo en nuestras películas y proyectos, ya no con sesiones de trabajo y discusiones con colegas, sino puertas adentro y a solas con nosotros mismos. Cada uno administró ese tiempo con libertad, pero en estrecho
dialogo virtual con nuestros tutores. Los días de esas semanas se hicieron a la par de las lecturas, las visitas a la biblioteca de Intendente, la escritura en Hangar y en los bares del barrio, las películas de la Cinemateca y las de la pantalla de mi computadora, las conversaciones con mis compañeros, los cafés, los pasteis de nata, las comidas, las vistas por el mirador de graça, las visitas al Tajo, la ginja, las librerías, los desvelos, los pasos por las calles onduladas de una ciudad misteriosa y bella.
Durante este tiempo reescribí algunos fragmentos del guion de la película y desarrollé algunas secuencias nuevas a partir de unos ejercicios de escritura que planteamos con Javier, que se derivaron de unas conversaciones que tuvimos alrededor de Jaques Tourneur. También elaboré otros textos y trabajé en el montaje de un material de Sobre las nubes que habíamos filmado en Córdoba unos meses atrás.
Lisboa llegó a su fin. Compré flores y las dejé en la misma botella con agua que la habitante que me antecedió en la residencia, como una ceremonia de despedida y agradecimiento al espacio que me acogió durante esos días maravillosos de trabajo y pensamiento.
Llegamos a Madrid una mañana fresca y allí nos recibió Iván del Festival Márgenes en nuestro hogar madrileño a metros de la plaza Tirso de Molina. Una de las características de esa plaza son los
puestos de flores. Esta vez compartimos la misma casa con Lucía y de nuevo un florero acompañó nuestra estadía. Esa noche fuimos a la apertura del Festival todos juntos y eso dio inicio a los días de trabajo dentro de Márgenes Work. Una vez más nuestros proyectos se mezclaron con otras películas futuras, esta vez todas de realizadores españoles. Las sesiones alternaron entre encuentros de producción con Mario Madueño y de guion con Lola Mayo, y a esto se sumó los encuentros individuales que tuvimos junto a los asesores convocados por el festival. Algunas de las conversaciones que tuve con ellos alrededor de la película fueron sumamente enriquecedoras y reveladoras para el proyecto.
Madrid también significó el reencuentro con Javier, luego de esos primeros días de trabajo en Lisboa. Esta vez él era local, y el primer encuentro ocurrió en 'las chilenas', un hermoso bar/almacén del barrio de Lavapies. En ese mismo barrio está su casa, el Cine Doré, algunos bares legendarios y un tumultuoso vaivén de turistas que a veces entran en tensión con los locales. Esas calles son el ecosistema de Javier Rebollo, y esos días se encargó de convidarnos su cotidiano con generosidad y pura alegría. En los encuentros de trabajo sobre la escritura de la película revisamos lo trabajado durante Lisboa y continuamos varias conversaciones alrededor de Sobre las nubes. Hay un día que recuerdo con especial alegría porque, luego de una jornada larga de trabajo con nuestros compañeros y Lola (Mayo), nos fuimos con Pepe a encontrarnos con Javier en La Buena Vida, una librería hermosa a unas paradas de metro de Lavapies. El día anterior había sido mi cumpleaños y Javier me regalo un libro de Buster Keaton (resultó ser de las lecturas más disfrutadas en este último tiempo). A Pepe le regaló otro librito que no recuerdo. Allí, en esa librería, pasamos varias horas hablando, pensando y preparando nuestras presentaciones de Márgenes Work, una especie pitching un poco más flexible y extenso que teníamos que hacer al día siguiente.
Márgenes terminó con una sorpresa: el proyecto de Sobre las nubes, la película que macero hace un tiempo largo y que me trajo hasta aquí, recibió el premio de La Casa Encendida, el maravilloso centro cultural donde tuvimos todos los encuentros del Festival. Con esto empezaba a concluir también la residencia. Los abrazos con los nuevos amigos, los buenos deseos para nuestras películas y la celebración agradecida tiñeron los últimos días del Festival y de mi paso por Raw. Volví a casa con la ilusión aumentada y con la sensación de que la película continúa su camino con el deseo fortalecido. En los primeros días de regreso en Córdoba revelé algunos rollos del viaje y me encontré con las fotos del camino a casa en Lisboa. También con la de las flores blancas de Hangar, que curiosamente estaba en el extremo del rollo con el característico velo de las primeras fotos.