Cuando imaginamos un guión en cine recortamos posibilidades a lo que llegamos a pensar en nuestra mente e intentamos ajustar eso que planteamos para que los actores se ajusten a esa idea previa. En el teatro, nadie pensaría en no empezar improvisando, buscando, hasta llegar a lo que finalmente será la obra que se lleve a cabo de forma ajustada. El cruce de ambas puede poner en juego las virtudes que cada una puede traer a la otra: la cámara como recorte de lo que se ve, como eje de dimensión donde la capacidad expresiva se ajusta a lo que lo que se narra con ella y la posibilidad de ampliar la idea previa que tiene la improvisación y la puesta más teatral libre de búsqueda para sumar puntos de vista y particularidades.