Bienal de Arte Joven, el estallido creativo ya copó Plaza Francia
Ivanna Soto, Clarin - 27/09/19 Leer nota onlineMultitudes llegan desde Avenida del Libertador y Alvear, desde Las Heras, desde Pueyrredón. El Recoleta y sus alrededores están circunscriptos por vallas y carteles que anuncian que la Bienal de Arte Joven ya llegó. Fue el miércoles por la noche cuando empezaron a celebrarse los 30 años de aquella primera edición de 1989. Algo de la épica de la gente en la calle inspiró la creación de un segmento inédito desde su reedición en 2013: dos jornadas de la sección Territorio, cuyo objetivo fundamental es tomar el espacio público. Tras las 45.000 personas que pasaron ayer por la apertura, se puede afirmar que lo lograron.
Por donde se mire alrededor de El Recoleta, hay estímulos superpuestos, impulsados por 430 artistas. Escenas que toman de la fiebre de las pantallas la simultaneidad de la exposición, la atención dispersa en rincones múltiples, todo lo potencialmente posible en un mismo tiempo y espacio. Pero la Bienal Joven sigue hasta el domingo, con horarios eclécticos y agolpados, para sacarse las ganas de experimentar arte en todas sus vertientes. Hasta el 29 de septiembre, más de 180 actividades gratuitas, desde la primera hora de la tarde hasta las últimas horas de la noche: obras de teatro y danza en el Recoleta, el Beckett, el Extranjero, el Picadero, el Callejón, entre otras salas, cine, recitales, lecturas, presentaciones de libros, muestras, cuyo recorte es la producción diversa de los jóvenes de hoy.
Al atardecer, sobre un fondo rojo brillante, el perfil de la mona colorida que el artista Edgardo Giménez, ex integrante del Instituto Di Tella, pintó en la fachada de El Recoleta funciona como eje para diagramar el espacio. El desorden en verdad tiene un orden invisible. Como aquella mirada de Da Vinci, sus ojos apuntan hacia todas las diagonales. “Si no cantamos las penas las seguiremos penando”, canta Susy Shock, y hace sonar el bombo en su Poemario transpirado, mientras en el escenario principal animan Lo’ pibitos, una banda de funk y rap, y después suena la cumbia salvaje de La Delio Valdez. Debajo de las ramas de una araucaria, penden auriculares que amplifican la voz de Susy. Pero después servirán también para bailar igual que en la pista del club Silent: bajo la protección del gomero, cuerpos descoordinados responden al estímulo de la música que reciben en sus oídos y que no coincide con la que bailan los demás. Un taller de grafiti colectivo bajo las estrellas ofrece sus muros para llenarlos de colores.
Al costado de la pista de baile hay un domo que armó el colectivo Off The Record con nubes mullidas y suaves creando un espacio de relax, donde también hay una performance que alerta, en un loop: “Llamado a la reflexión”, mientras las luces proyectan su recorrido singular sobre el traje de espejos de un performer. Por el medio se cruza un grupo de bailarines. Dispuestos en fila, repiten los movimientos cuadro por cuadro y avanzan hacia las antiguas cabinas inglesas de teléfono, de las que surgen cuatro mujeres que emulan la portada del disco Sgt. Pepper's de los Beatles.
Los jeroglíficos de la ex bienalista Geraldine Schwindt, en la muestra "La civilización perdida" creada junto con Edgardo Giménez y Gabriel Chaile.
Los jeroglíficos de la ex bienalista Geraldine Schwindt, en la muestra "La civilización perdida" creada junto con Edgardo Giménez y Gabriel Chaile.
Mientras tanto, hay cola en la sala Cronopios para el paisaje rupestre y selvático de la muestra La civilización perdida, que cruza la obra de Giménez con la de los ex bienalistas Gabriel Chaile y Geraldine Schwindt. Jeroglíficos sobre laberintos industriales dialogan con contenedores indígenas hasta llegar al tótem símil Tarzán que se erige, triunfal, sobre una piedra entre cascadas.
En las salas laterales a Cronopios, están las obras de los cuatro artistas visuales seleccionados. Como en las otras áreas (escénicas, audiovisuales, música y literatura), estos recibieron apoyo económico y tutorías con referentes de sus disciplinas (Alejandra Aguado, Pablo Siquier y Juliana Iriart, en el caso de visuales): los paisajes inéditos que se forman a partir de las gotas que caen en el piso cuando se pinta una pared (Sasha Minovich), un refugio de música y poesía en el océano (Micaela Piñero), un taller de producción artesanal de cerámica que reivindica una práctica ancestral (El bondi colectivo), el pensamiento disperso en formas arbitrarias (Erik Arazi).
En la muestra colectiva articulada en torno de tres disparadores (memoria, cuerpo y ausencia), cerquita de las máscaras de colores construidas como esculturas geométricas que inauguraron Juan Stoppani y el francés Jean-Yves Legavre, la artista Carolina Martínez Pedemonte pregunta por mail y WhastApp si acaso es efectivamente posible vivir del arte. “Nunca viví del arte. Viví a, ante, bajo, con, contra, de, desde, durante, en, entre, hacia, para, por, sin, sobre, tras y otras preposiciones”, responde el gurú del arte conceptual Roberto Jacoby. Ariel Masi invita: “Fracasá como yo. Es liberador”. A su alrededor, un grupo de jóvenes genera ruidos mecánicos chocando sus cuerpos contra una valla (Carrie Bencardino), una retrato abre preguntas sobre las nuevas identidades de género (Jazmín Kullock), dos pinturas dialogan con el concepto del original y la copia a partir de las apropiaciones pictóricas de los personajes de dibujos animados (Mariel Uncal Scotti).
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Mientras tanto, porque todo es simultáneo, ante las rejas vecinas de nuestro cementerio más patricio un hombre canta ópera mientas otro toca el piano, la gente se acerca con sus teléfonos y filma: están esperando la hora para entrar a escuchar los cuentos del escritor Luciano Lamberti, bajo el cielo oscuro entre las callejuelas de la ciudad de los muertos. El derrotero insomne del cuerpo de Evita, que descansa en la cripta familiar allí, las leyendas de la dama de blanco que seduce a los hombres y de la novia de arena que espera al marido con el que nunca pudo casarse se relatan al lado de sus bóvedas y panteones.
Por momentos, el silencio de la noche es invadido por el rumor de la música que llega del escenario principal: a la salida hay fiesta y más baile de la mano del DJ Alonso Morning y el VJ Federico Lamas con temas de Gorillaz, Red Hot Chili Peppers y Fifty Cent, mezclados con trap y reggaeton. Para pasadas las 23, la loma de plaza Francia estalla en un gesto que parece ser el centro de todo. Es la celebración de un estado: la juventud eterna.