Amenaza y maravilla
08 junio 2022Amenaza y maravilla es la antología que reúne a lxs quince poetas ganadorxs de la convocatoría Poesía de la quinta edición de la Bienal Arte Joven Buenos Aires.
Fueron seleccionadxs por Vanina Colagiovanni, Silvina Giaganti, Adriana Kogan, Andi Nachon y Lara Segade.
Fue editada por Gog&Magog y podés encontrarla en librerías de todo el país.
Autorxs: Adrián Agosta, Tatiana Cibelli, Andrea Franco, Rocío Alejandra Fernández Doval, Julián Jesús Forneiro, Natalia Leiderman, Rosina Lozeco, Valeria María Mussio, Belén Nahuz, Pilar Otero, Felipe Saenz, Malena Saito, Victoria Suquilanda, Mariposa Trash y Camila Vazquez.
A veces escuchamos que la poesía se ocupa de los grandes temas, como si hubiera un bloque de piedra designado como gran tema y la poesía ahí va, a perforar. Pero tal vez el caso sea que la poesía no persigue un gran tema. Tal vez la poesía sea sobre lo provisorio, lo perecedero, lo precario, o tal vez sea sobre mirar distinto lo mirado así nomás; quizá la poesía sea algo más módico, algo como juntar los pedazos. Si la poesía es juntar los pedazos, les poetas de esta antología lo intentan a su manera, de un modo muy particular, creando mundos en los que una se quiere quedar un tiempo largo, descubriendo una frase perfecta, una palabra colocada en un lugar inevitable, un sentimiento inolvidable. Quince miradas únicas, no totalizantes, no homogéneas; mucho menos pasteurizadas. Una antología que reúne un tesoro: el tesoro de que la poesía, con su mirada fragmentaria, se acerque bastante a una experiencia vital que prescinde del artificio del principio y el final, del orden, de la idea de que algo empieza y termina en algún lugar.
Silvina Giaganti
Prólogo
Horizonte de sucesos
Quince poetas de hasta 32 años conforman la perspectiva particular que propone este libro: galería de arrebatos, tensiones y curiosidades para timbres y tonos distintos en un recorte de voces singular. Poéticas de comienzos de milenio, emergentes de la variedad y fortaleza de la escritura joven de poesía en nuestro país: lo uno y lo múltiple del estado de situación que implica una antología. Cierta pauta en común: todas son subjetividades signadas por hitos indiscutibles que incidieron en una forma del estar en y ante el afuera y, también, en las variables de la percepción frente a ese afuera. Hablo de crisis económicas, precarización de las juventudes trabajadoras, vaivenes entre progresismos y conservadurismos que no logran respuesta al malestar social, la realidad dolorosa del ecocidio: lo real se vivencia en tanto campo minado donde la idea de futuro individual se vuelve difusa. A la vez, lo colectivo autogestivo como signo de los tiempos, militancias y activismos, cierta desconfianza en los discursos totalizadores y una voluntad cierta del cuerpo tomando las calles a partir de las luchas de los feminismos y las diversidades. Sin dudas, estamos ante subjetividades que discuten, incomodan y se posicionan frente a modelos cerrados que se vivencian como patrones que ya no atestiguan la realidad de sus cuerpos y sus deseos. Desde ahí, a partir de ese impulso de búsqueda que aún carece de respuestas, hablan los poemas: en tanto experiencias de lenguaje testimonian los vaivenes de sus días de horizontes inciertos y apuestan por ese lugar sin valor de cambio que es la poesía.
Del fervor nos nació algo hermoso, afirma Camila Vázquez mientras sus versos tejen un monte en fuga y retrocesos a partir de la mirada. Aguará guazú y puma en huida, casi un símil frágil de esta voz que enlaza en comunión lo humano, el paisaje, las criaturas que lo habitamos. Y aparece el remate intenso de Códice: camino de la algarroba / te llamo por tu nombre / y no te escucho Monte / cuando te oiga / ¿tendrán espina y flor mis palabras?
La fiesta se encapota, se oscurece / como si quien la escucha estuviera lejos / encerrado, parece responderle Adrián Agosta con un lirismo a contrapelo que apuesta por la exploración formal y la renuncia al yo. Suburbios de la ciudad y del alma, ritos iniciáticos sin más asidero que la inmolación ante la incertidumbre: descarnados, los versos nos recuerdan riesgos y pérdidas en juego de máscaras y voces que alientan el territorio mítico de los bordes. Fácil creer que todo es falso y azul y / apartarse / y no hacer otra cosa que falsificar la escena / infinitamente perdida ¿Quién no sabe cerrar los ojos / Julia, y agachar la cabeza? Así escribimos / los poemas, sostiene en el furor de Estación Luis Guillón, casi un ars poética en relación con el mundo.
Y es frente a eso inasible que llamamos mundo donde Valeria Mussio se posiciona, anécdotas breves signan la posibilidad de cierta reflexión: abandonar el cuerpo en el medio del atlántico / y que tu destino último sea una playa / perdida en el sur argentino / donde curiosamente el sol amanece / y atardece siempre sobre el mar. Duelo, pérdida o sinsentido no inhabilitan la aseveración: cuando estoy triste escribo poemas de amor para recordar que la vida es hermosa.
En frecuencia cercana, Malena Saito resuena vertiginosa: pienso que podría florecer una promesa / en el aire / (¿podrías prometerme algo?) / si voy a ser sincera / no creo que la cosa cambie mucho. Tono dialógico y desdoblamiento del yo para una sensibilidad volcada al afuera ilimitado despliegan las tomas de posición de una chica que sustenta en lo nimio su bandera y hondura: No parecería sencillo tirar los muebles / y sin embargo en cada mudanza me desprendo de algo / algo maravilloso sin el que no / me imaginaba la vida / y has visto / es fácil, / muy fácil incluso.
No habrá más esplendor en la hierba pareciera una de las pocas coordenadas en común para estas poéticas. Sin grandilocuencias y lejanas a cualquier solemnidad, procesan la pérdida y refractan su luz: el boomerang que se fue / y nunca pudimos recuperar funciona como imagen y emblema de esta sensibilidad para Andrea Franco. En ese fleje descarnado donde el yo se reposiciona, la infancia de los 90 neoliberales es para Tatiana Cibelli una casa de muñecas incendiada y allí transcurren horas y horas de soldadura y martillazos / que en realidad significan: / ser padre es sentirse un poco solo. Con ese tono, en la proyección de la muerte de les xadres, Belén Nahuz sostiene: Nunca se sabe qué hacer / cuando la sangre se apaga. Así memoria, biografía e historias familiares son procesadas y devueltas en tanto experiencias en las que cada voz busca alguna forma de lo verdadero.
Desde esta perspectiva, Julián Forneiro trabaja el contexto de un gran Buenos Aires áspero en contraste con una mirada lírica que rescata los brillos resilentes de ese espacio concreto. Mi madre y la democracia sintetiza esta dualidad en sus versos: frente a la deshonra capital / siempre céntrica siempre egoísta / en sus días de planta perenne / permanece por dignidad / un escudo plateado de protección social / ella sentada en la silla del patio / con temor profundo al viento frío.
A partir de estas estrategias, la palabra poética construye hábitats frente a una intemperie que no es metafórica. Pienso en la aseveración intensa de Natalia Leiderman ante el temblor: hoy dijimos tembladeral, dijimos / montaña rusa. Recordamos que a veces el miedo / se mezcla con la diversión. No esta vez. También, esos espacios resuenan a través de estos versos de Victoria Suquilanda de cara a cierta inmensidad que nos excede: ves a un oso polar y tenés el tupé de pensar / que te arriesgás demasiado. Sin dudas, un hábitat se presenta a través del ritmo vertiginoso que impulsa los poemas de Mariposa Trash, donde lo queer y lo social se entrecruzan en un decir salvaje con reminiscencias del slam: de los adoquines que forman la ciudad / de las frustraciones cotidianas del mate hervido / de la ansiedad y el accidente / también se forma una forma de equilibrio.
Pilar Otero podría agregar “Tampoco gana el caballo / o el jockey / siempre gana la pista / pero los hombres no ponen sus pesos en ella”, desde una poética que pone en juego crudamente géneros textuales y apropiaciones históricas.
En danza de apropiaciones, opera también el galactus o el Luke Skywalker de Felipe Saenz, su frecuencia veloz merodea un dolor que sólo los poemas podrían rozar. Nunca nos avisaron / cuánto más duele el ruido / cuando uno se acostumbra. // Como un transformador vibrando / se traga los silencios / hasta que el zumbido / se vuelve la norma. Así funciona el anhelo de ser una cama de hotel o repensar si es posible perdonar un destino más allá de nuestro control.
Todos los cuerpos / nacemos blandos, podría proponerle Rocío Fernández Doval desde su fraseo balsámico y los resplandores en el presente constante de los giros de la amiga al patinar o ese brillo del niño en posición fetal: el mundo está dentro / de su astrolabio redondo / se balancea / de un lado / a otro / se balancea /y aplasta lo terrible.
Ante una antología, como coro de voces, siempre aparece la tentación del rótulo o el vaticinio. Mejor, quedarse con las huellas móviles que esta marea deja y resuena en sentidos múltiples y aperturas. Querés ser joven para siempre, / querés apagarte para siempre / porque ser joven es / estar apagado y vivo a la vez, afirma filosamente Rosina Lozeco y nos recuerda que vamos a recorrer el camino dejado por voces que testimonian esa situación singular que es ser todavía joven. Seamos reverentes ante el don que sus poemas nos obsequian y, también, celebremos con elles la verdad de estas poéticas que llegan para continuar el canto que no cesa.
andi nachon