"Siempre me gusta jugar con la ruptura"
22 enero 2016El actor nacido en Bariloche y ganador de la Bienal en artes escénicas es una de las revelaciones de Piedra sentada y pata corrida, la obra de Bartolome
Julián Cabrera quería vivir a su manera. En Bariloche se sentía un outsider. En Bariloche no podría estar como ahora, en la vereda, de musculosa y bermuda, tomando un campari a las cinco de la tarde. Decididamente sería un sapo de otro pozo. “O sos un adolescente que encaja con el perfil de allá: bolichero o que te guste el esquí, o sos lo que era yo, cero a todo eso”. Mientras buscaba encajar en una ciudad que no encajaba encontraba pequeños refugios como un cine club de una biblioteca, donde pasaban aquellas películas que no daban en el único cine de Bariloche. “La ciudad no me cabía porque no tenía oferta cultural. Encontraba refugio en las películas y en la tele. La ficción siempre estaba presente. Cero deporte, cero todo, pero la ficción me atrapaba”, relata Julián, como si estuviera contando el guión de su propia vida: una obra sobre un chico que había nacido en el lugar equivocado, en el tiempo equivocado.
Un día, mientras estudiaba magisterio, porque no sabía que otra cosa estudiar en Bariloche y porque no quería entrar en el circuito turístico, una profesora lo mandó a un taller de teatro. “No fui consciente hasta ese momento. En realidad me gustaba la idea pero no iba a ir nunca a estudiar teatro, ni por casualidad. No sé porque me dijo un día: “andá”. Y fuí. Y la verdad que me partió la cabeza, mal. A mi manera me di cuenta que buscaba alternativas en la ciudad y el hecho de estudiar teatro fue como encontrar gente que era más parecida a mi onda. Eso fue como una cosa bastante importante para mí vida”.
Ese día Julián sintió que había encontrado su lugar en el mundo: no era un país, no era una ciudad, era el teatro. Ese día Julián Cabrera nació de nuevo. Ese día se convirtió en actor. “Cuando empecé y puse el cuerpo en el taller me volví loco. Recién ahí, encontré algo que me completa”, sigue, como en un monólogo intenso.
Su voracidad teatral, rápidamente tuvo un techo en Bariloche. Dejó todo y, decidido, esta vez con 21 años, emprendió el viaje a Buenos Aires, como lo había hecho tantas veces para ver festivales de cine y de teatro, pero esta vez para radicarse definitivamente.
Lo primero que hizo fue entrar a estudiar en el IUNA y desde ahí no hizo más que estudiar teatro, ir a ver teatro, entrenar con diferentes maestros de teatro – Nahuel Cano, Alejandro Catalán, (la lista sigue) –. hacer obras, entrenar, mirar obras, experimentar con otros maestros, seguir entrenando hasta hoy. “Me gusta mucho entrenar y me gusta que alguien me tire pautas, desafíos que me hagan sentir mal. Muchas de las cosas de la actuación me generan angustia. No puedo asociarlo sólo con el placer. Me obliga a exponerme y eso es un montón, tanto en un taller donde probas cosas, donde podés fracasar y fracasar, aunque al final esa angustia permite trabajar con cosas que no habías trabajado antes; o cosas que no podes abordar y con una pauta aparece algo nuevo como intérprete. Por eso, me gusta tanto entrenar con actores que me gustan. Me formo y disfruto del malestar que implica la actuación”.
De esa prueba-error surgió un intérprete tan “eficaz” como experimental en sus abordajes. Su inserción en la escena del off, a partir de obras como Sudado y Piedra sentada, pata corrida, ambas con varias temporadas y ganadoras, ambas también, de las bienales en artes escénicas de 2013 y 2015, respectivamente, mostraron sus capacidades actorales. “De una buena y una mala función siempre sacas conclusiones y te hacen crecer como actor. Está bueno tener una mirada introspectiva sin dejarte llevar por el afuera. Ni cuando te dicen que esta bueno lo que haces como cuando te dicen que es malo. Lo que se ve es una función de una obra, que no deja de ser un proceso dinámico. Las cosas pueden cambiar. No es lo mismo la primera función que la cuarenta. No es lo mismo el primer año que el segundo”, reflexiona.
Por las mañanas Julián Cabrera da clases en una escuela primaria de barrio. “Acá encontré la posibilidad de un trabajo que me deja horas libres. Si bien demanda mucho cuerpo porque son 20 pibes que te absorben la energía después corto. Llego a casa, almuerzo, duermo una siesta y empiezo con toda mi vida actoral”.
Esa vida intensa lo tiene agotado. Con Piedra Sentada, pata corrida, hizo cuatro años de temporada en Timbre 4. A la par desarrolla su propio universo escénico con su compañía La mala, la tonta, la quieta, junto a Paula Pichersky y Manuel Atuel: este año realizó una obra breve en la Casona Iluminada llamada El no es tu amigo, dentro de Teatro Bombón, y un ciclo de escenas propias llamada La Hora Marrón. Esa doble agenda le consumió mucha energía. Pero Julián necesita entrar y salir, entre esos dos mundos como si fueran escenas de su propia obra, para mantener un equilibrio en su vida. “Quise dejar la docencia porque la parte institucional me cansa. Pero me gusta el trabajo, es noble y me pone los pies en la tierra. El ser actor y todo esto te come mucho el ego inevitablemente o te lo alimenta. Entonces arrancar el día con veinte realidades distintas y lidiar con compañeras docentes no tiene nada que ver con lidiar con actores. Eso es como que te reubica. A mi me mantiene en eje”. Julián acaba de terminar su campari. Corre una brisa fresca. Cae la tarde. Comienza su vida de actor. “No me imagino no actuando. Soy bastante gris, pesimista, medio emo. Tengo una visión desesperanzadora y la actuación me saca de todo eso. Es como muy fuerte. Encontré en esto el rescate. Lo voy hacer el resto de mi vida”.
Gabriel Plaza
El mapa de Julián Cabrera
Semillero. Para alguien que viene del interior y está perdido entrar en el conservatorio del IUNA te abre un campo tremendo. Hice cuatro años, no la termine, pero conocí actores que veo hasta hoy. Ahí conocí docentes y esos docentes me llevaron a otros docentes. Empecé a formarme afuera, donde circulaba algo mas real y concreto, menos enfrascado. De repente me daba cuenta que estaba con gente que entrenaba profesionalmente como actor. Profesores que eran docentes directores y dramaturgos y que podía ir a ver sus obras y encimar verlos actuar como Martín Salazar, que me hizo disfrutar mucho de la actuación, o Nahuel Cano, que me fascinaba verlo actual. Lo que me gustaba era una forma de actuación cercana, tan poderosa, y con un lenguaje propio.
Residencia. El premio de la Bienal consiste en participar de una residencia con Fernando Rubio, Gabriel Calderón y Pablo Lugones en danza. Tuvimos un primer encuentro donde nos vamos a tener que juntar nosotros tres con la supervisión de Rubio para elaborar algo, con un eje de investigación, durante diez días. Es medio un reality porque vamos a convivir todos en el espacio de Fernando Rubio llamado Jardín Sagel, donde su interés está puesto en un espacio de cruce entre artistas de distintas disciplinas creando e investigando. El foco de esta residencia está puesto en el intercambio, no en el producto final. Si el producto termina siendo algo que se encamino en el proceso sería espectacular. Me entusiasma la idea”.
Mi generación. No me siento parte de una generación pero si que pertenezco a un grupo de artistas y que el contexto determina siempre y va a determinar la coyuntura de los hechos artísticos que se produzcan o dejen de producirse. En ese sentido me parece que nadie puede ser indiferente a que si forma parte de una generación, pero analizarlo en el momento acota un poco las cosas. Es más siento que tengo mas afinidad con gente que pertenece a otra generaciones y es más grande que yo, que a una generación más actual. También es verdad que el campo de conocimiento de uno termina siendo reducido porque terminas respondiendo a un círculo de teatro de buenos aires, de cierta edad o de ciertos nombres que están instalados. Vas a ver sus obras y ellos van a ver tus obras. Todos se retroalimenta dentro de un mismo círculo y mas que a una generación es como que pertenecieras solo a un sector que eso incluye a distintas generaciones, pero no sé.
Rarezas. Me gustan los mundos que parecieran no teatrales. Tengo muchas referencias cinematográficas y eso es bueno a veces. En otras ocasiones las ideas quedan poco teatrales.. Eso me pasó haciendo la obra de terror con la compañía. Al principio, pensamos que era difícil hacer terror en teatro, pero después nos dimos cuenta que la fortaleza estaba en hacer fracasar todo lo que en el cine funcionaría. Y eso lo volvía teatral. Los mundos fantásticos me gustan. Todo el mundo nerd. Siempre me gusta jugar con la ruptura. No ser lineal con los relatos. Generar una duda, una sensación. Con la compañía tenemos esa rarezas, cambios de géneros, hacer de varón y mujer, hacer de duendes, viejos, seres raros, y en la rareza nos identificamos bastante. Pero lo que no negocio nunca es la idea de acercarme a un material desde lo sensible, que toque fibras mías. Me tengo que enamorar del proyecto.
Circuito. No solo voy a ver teatro, sino que voy a muestras, a ciclos de cine. Estoy vinculado a la movida artística de acá y mi circulo de gente coincide con esos gustos y ahí terminamos como abriendo. Pero estoy bastante tomado por la vida teatral porteña. También soy un fanático de las series, desde americanas a danesas, pero no tengo tele, miro todo en la computadora. Y escucho mucho las bandas nuevas. De Chile, me gusta Denver y de acá El Mató un policía motorizado. También escucho Miranda. Hay algo de eso pop que me gusta. Sigo también lo que sacan las editoriales independientes como Eterna Cadencia o autores que me resultan más cercanos: Mariano Blatt que escribe poesía y las cosas de Fernanda Laguna.